La intensa luz de la mañana se cuela en mi espaciosa habitación iluminando hasta el más pequeño de los rincones, calentándome la piel e hiriéndome los ojos, que aun cerrados, son sensibles a su intensidad. ¡Joder! Odio cuando se me olvida bajar la persiana. Doy una vuelta en mi enorme cama de 1,90, y me doy cuenta de que está bacía, sonrío. Este chico me gusta de verdad, odio cuando se quedan hasta la mañana del día siguiente pretendiendo desayunar conmigo. Despacio, muy despacio, abro los ojos y miro el reloj que tengo encima de la mesilla, Dios, las 9:23 de la mañana, creo que nunca había madrugado tanto. Con un suspiro de resignación me levanto de la cama y voy al baño a lavarme la cara. Después de asearme, bajo las escaleras de caracol y voy casi corriendo a la cocina, uff, me muero de hambre. Abro la nevera mientras mi estómago ruge sin piedad pidiendo su alimento. De mala gana saco un yogur natural y una manzana. Otra vez se me ha olvidado decirle a Nana que me haga la compra. Sí, Nana es mi asistenta, es una señora de unos sesenta años, aunque con la rapidez que me limpia la casa, cualquiera se opondría a decir que tiene cuarenta. Y sí, la autosuficiente Kayla Strafford, el apellido es lo único que conservo de los bastardos de mis padres, es incapaz de cuidar de su casa, si tuviese que hacerme yo cargo de las tareas, viviría en una puta pocilga, y no exagero.
Cuando empiezo con la manzana, que asco de comida sana, suena el timbre de la puerta. Voy despacio, pues mi energía matutina deja mucho que desear la verdad. Cuando abro, veo que es el conserje con mis cartas en la mano, pero el parece no verme o bueno… verme demasiado. El pobre Stan se queda con la boca abierta mirando mi atuendo, me río por dentro, viejo verde. Sí, reconozco que podría haberme tapado, pero no me acordaba de que tan solo llevaba un sujetador negro y unas bragas amarillas marca Calvin Klein.
-¿Subías solo por las cartas?- pregunto entre risas.
-Ssi… lo-lo siento se-se-señorita Strafford- el pobre viejo no para de tartamudear- aquí las tienes.
Su cara está más roja que la sangre, que divertido. Tras darme las cartas se va y yo cierro delicadamente la puerta. Me acerco al salón iluminado con unas grandes cristaleras en la parte frontal que llegan desde el suelo hasta el techo, esto es lo que más me gusta de mi apartamento, sus vistas, desde aquí puedo ver todo el centro de mi amada ciudad. Me tiro bruscamente al sofá de cuero beige, extremadamente cómodo, y leo las cartas, ninguna tiene nada interesante así que acaban todas en la basura.
Subo a la parte de arriba del piso, a mi habitación, una enorme y espaciosa habitación, con una cama en medio, ahora mismo revuelta porque acabo de levantarme, con dos mesillas de madera de álamo a cada lado. Las paredes están pintadas de un suave color malva y están decoradas con cuadros bastante caros y para mi sinsentido. Raily me los regaló por mi exquisito trabajo. En la esquina derecha de la habitación hay un gigantesco armario con toda mi ropa, sí, igual puede parecer estúpido ya que me paso la vida vistiendo de negro, pero amo la ropa.
Empiezo a buscar entre esta, y tras unos minutos de desordenarlo todo, saco unos shorts vaqueros, una camiseta negra básica y unas converse blancas. Se necesita ropa cómoda, nunca sabes que puede pasar. Paso todo el contenido del bolso a una mochila negra, me hago un moño alto para quitarme el pelo de la cara, me pongo mis gafas ray-ban y bajo al garaje a montar a mi queridísimo Aston Martin, Dios, estoy enamorada de mi coche.
Monto alegremente y salgo pitando en dirección al cuartel. El viaje me cuesta una media hora, pero me encanta conducir esta preciosidad, así que no sufro. Cuando llego, paso mi tarjeta de identificación por la verja electrificada de fuera y entro en la organización. Aparco a mi bebé en mi estacionamiento personal y entro dentro del edificio. Es un lugar bastante amplio, cuenta con cuatro pisos, de los cuales conozco solo dos, el centro de operaciones y el despacho de Ray.
-Hola K, ¿Qué hay?- me pregunta Nadia, una compañera.
-Aquí andamos- no estoy de humor para la gente, a esta altura ya sabrán todos que el estúpido de Ray me ha asignado un compañero. Joder, se van a descojonar de mi, siempre fardé por no tenerlo.
-He oído por ahí que te han asignado a un compañero.- Sus ojos negros me indican mis peores sospechas, se muere por reírse en mi cara.
-No estoy de humor Nadia, si no quieres que patee tu jodido culo fuera de aquí mantente calladita.- No es que mi amenaza la haga temblar, pero se mantiene callada y se va.
Sigo andando por el largo pasillo blanco, desnudo, ¡Dios! Juro que da repelús, enserio, en dirección al centro de operaciones, quiero salir de aquí cuanto antes.
Pero antes de llegar a las puertas dobles que van a la gran sala, alguien me tapa los ojos con las manos y besa dulcemente mi cuello.
Un escalofrío me recorre todo el cuerpo. Intento zafarme de la presa que está hecha sobre mí, pero es muy fuerte. Tras un cuarto intento logró darme la vuelta sujetando con fuerza las manos de mi “atacante”.
Suspiro, es Jeremy, mi mejor amigo, si es que yo tengo algo de eso. Él y yo llegamos a la vez y coincidimos en toda nuestra etapa de aprendizaje, luego cuando fuimos destinados, acabamos en la misma ciudad y puede decirse que prácticamente somos vecinos. Es la persona en la que más confío después de Ray, y para serme sincera, me siento genial en su compañía, es liberador, es como si pudiese dejar mi coraza de chica-mala-patea-culos, para ser simplemente K, como me llama él. Su pelo negro reluce bajo la luz de los focos, está agarrado con una goma de pelo en una minúscula coleta, sus ojos grises tan grandes y tan expresivos como siempre, me encantan y su sonrisa deslumbrante me atrapa, consiguiendo que hasta en mis peores momentos sea capaz de sonreír con él.
-¿Te asusto K?- pregunta malicioso.
-No hay nada que pueda asustarme Jeremy, y menos de ti.
Su sonrisa se hace más ancha, algo que parecía imposible, y me rodea la cintura con los brazos, depositando un suave beso en mi frente.
-Ya me he enterado de lo de tu compañero.
Mi mirada baja hasta el suelo, es un tema bastante incomodo.
-¿Tu sabes quién es?- le pregunto aun con la mirada gacha.
-Sí, y no me gusta, tiene aires de prepotencia, bueno… como tu- dice riéndose para que me relaje- no creo que vayáis a llevaros muy bien, ¿pero tú no tendrías que tener su información?
-Sí, iba ahora a buscarla pero aún no tengo ánimos para leerla, dios Raily está loco si piensa que esto va a ayudarle.- digo mohína.
-Oh venga K, no seas infantil, todos tenemos compañeros, tú no eres especial para no tenerlo, solo pienso que el que se te ha asignado no es el más indicado para ti.- noto un cierto aire de celos en sus palabras pero lo aparto enseguida, Jeremy y yo somos amigos, aunque alguna vez hemos acabado liados, no tenemos ningún royo sentimental entre los dos.
-Supongo que todos pensáis así, pero yo trabajo sola, no puedo trabajar con nadie más, me distrae- me apresuro a seguir antes de que me corte- pero si Ray quería un compañero para mí, bueno, me hubiese gustado que fueses tu, contigo tengo confianza y nos conocemos, creo que podría llegar a trabajar bien contigo.
-Si no hubieras sido tan cabezota en su día ahora podríamos serlo.
-Lo sé, el karma siempre jodiendo la marrana.
Se ríe de mi comentario y me estrecha más fuerte en sus brazos.
-Eres la mejor Kail.
-Lo sé- digo guiñándole un ojo. Le beso en la mejilla y entro en la sala de operaciones rumbo a mi ordenador. Dejo el orbe que llevaba en la mochila en la plataforma que hay al lado de mi potente ordenador e introduzco mí contraseña en él y accedo a mi fichero. Imprimo la información de mi asignado y me levanto de la silla, quiero salir de ahí, mis compañeros no paran de mirarme, odio ser el centro de atención. Tan rápido como puedo sin parecer desesperada, me encamino hacia mi coche fumándome un cigarrillo. En teoría está prohibido, pero que venga el jodido Raily a decírmelo si quiere que le patee el culo por gilipollas. Sonrío ante mi ocurrencia, ojalá pudiese hacerlo.
Entro en el coche y salgo rápidamente del cuartel. Cojo la autopista a 200Km/h, con las ventanillas bajadas, el pelo al viento ya que el aire a desecho mi moño y con la canción clubfoot de Kasabian a todo volumen. No hay nada mejor para sacudir los problemas de encima que conducir un buen coche a toda velocidad por la autopista, con la música a todo trapo y fumando cigarrillos sin parar. Sonrío, que poco le pido a la vida para la felicidad.